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Bol. méd. Hosp. Infant. Méx ; 65(6): 431-440, nov.-dic. 2008. tab
Article in Spanish | LILACS | ID: lil-701104

ABSTRACT

La alimentación ha sido una importante fuerza selectiva en la evolución humana. Los primeros homínidos obtenían energía y proteínas de frutas, verduras, raíces y nueces. La transición de la vida arbórea a las llanuras fue posible gracias a la emergencia de la postura erecta, la piel lampiña con numerosas glándulas sudoríparas y el color oscuro. Este cambio amplió el radio de acción de los humanos primitivos y favoreció la adopción de prácticas de alimentación más eficientes como la carroñería, la cacería y la antropofagia. El Cro-Magnon y otros humanos modernos, dependieron más de la cacería de grandes mamíferos, lo cual aumentó considerablemente la proporción de carne de la dieta. A partir del período paleolítico (~ 60 000 años), la sobreexplotación de recursos, los cambios climáticos y el crecimiento de la población propiciaron un patrón dietario más diverso, que contribuyó a establecer la estructura genómica del hombre moderno. La dieta paleolítica incluyó peces, mariscos y animales pequeños, así como vegetales, más accesibles por el desarrollo de tecnologías como las piedras de moler y los morteros. La composición de macronutrimentos de esta dieta fue de 37% de energía de proteínas, 41% de carbohidratos y 22% de grasas, con una relación de grasas poliinsaturadas-saturadas favorable y colesterol bajo. La emergencia de la agricultura y de la ganadería, y más recientemente de la revolución industrial, ha modificado la dieta sin que ocurran cambios paralelos de la estructura genética, fenómeno conocido como discordancia evolutiva. Las principales modificaciones de la dieta son el mayor consumo de energía, de grasas saturadas, de ácidos grasos omega-6 y de ácidos grasos trans, y la menor ingestión de ácidos grasos omega-3, de carbohidratos complejos y de fibra. Estos cambios se han asociado a un menor gasto de energía en comunidades urbanas. Los grupos de alimentos con mayores modificaciones son los cereales, los lácteos, los azúcares refinados, los aceites vegetales refinados y las carnes grasas de especies crecidas en confinamiento. Los riesgos a la salud asociados con estos cambios dietarios están en la raíz de la epidemia de enfermedades crónicas relacionadas con la nutrición. Será necesario adoptar cambios que nos acerquen nuevamente a la dieta paleolítica, con la ventaja de que disponemos en la actualidad de una amplia tecnología alimentaria.


Diet has been a strong selective influence during human evolution, and it has contributed to the consolidation of the human genome. This process can be traced back to 4.0-4.5 million years ago, when the first hominids derived energy and proteins from fruits, vegetables, and roots. The transition from arboreal existence to life in the plains was possible through the emergence of traits such as the erect posture, naked skin with numerous sweat glands, and dark skin color. This new adaptation significantly expanded the area of influence of hominids and made possible the emergence of new dietary practices like scavenging, hunting and anthropophagy. In the next evolutionary line, Cro-Magnon and other modern humans improved hunting strategies with an increase to nearly 50% the proportion of meat in the diet. In the Paleolithic period (~ 60 000 yr), overexploitation of resources, climatic change and population expansion made human ancestors less dependent on large mammals and led them to a more diverse diet which included fish, seafood, and small animals, plus vegetables processed with new technologies, i.e grinding stones, and mortars. Macronutrient composition of the Paleolithic diet was 37% protein, 41% carbohydrates and 22% fat, with a favorable polyunsaturated/saturated fat ratio and low cholesterol. The emergence of agriculture and animal husbandry, and more recently of the industrial revolution, has modified the diet without parallel changes in the genetic structure, a condition named evolutionary discordance. The agriculturalists depended up to 90% of their energy requirements on cereals, a pattern which explains the high prevalence of protein energy malnutrition, and other deficiency diseases in these populations. In more recent times, the industrial revolution induced lower energy expenditure, higher intake of saturated fats, omega-6 and trans fatty acids, with less consumption of omega-3 fatty acids, complex carbohydrates and fiber. The food groups with major changes were cereals, dairy products, refined sugars, refined vegetable oils, and meat from animals reared in confinement. The health risks associated with these dietary changes are at the root of the present epidemic of nutritional-related chronic diseases. It would be advisable to look back to the Paleolithic diet, and to consume more vegetables and fruits. We have the advantage that present day food technology offers many possibilities to have access to a low-cost diverse diet.

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