La diabetes afecta aproximadamente al 10% de la
población adulta, por lo que constituye la
etiología más frecuente de
enfermedad renal entre los
pacientes que requieren
hemodiálisis. La
hipertensión está frecuentemente asociada con la
diabetes tipo 2, en la que se presenta como
diagnóstico previo, concomitante o posterior, y a la
diabetes tipo 1, como consecuencia de la
nefropatía. La
hipertensión incrementa el
riesgo cardiovascular y acelera la progresión de la
nefropatía, en tanto que su
tratamiento retrasa los eventos cardiovasculares y renales. Los mecanismos principalmente involucrados en la
hipertensión y progresión de la
nefropatía son la expansión secundaria a la reabsorción incrementada de
sodio y la sobreestimulación del
sistema renina-angiotensina-aldosterona, y la
vasoconstricción por desregulación de los moduladores de la
resistencia vascular. Los
objetivos generales del
tratamiento antihipertensivo en el
paciente con diabetes son lograr una
presión arterial sistólica < 130 mm Hg y diastólica < 80 mm Hg, y
menores en el
paciente proteinúrico (< 125/75 mm Hg). Para alcanzar estos
objetivos debe restringirse la
ingesta de
sodio a < 2 000 mg/día, considerándose los inhibidores del
sistema renina-angiotensina como las
drogas de elección inicial para retrasar la disminución del filtrado glomerular. El algoritmo del
tratamiento antihipertensivo sugiere la modificación de los hábitos de vida y asociaciones farmacológicas orientadas fisiopatológicamente para alcanzar los
objetivos (AU)